domingo, 12 de septiembre de 2010

Caminos sin salida

¿Sierra de Tejeda o Mordor?
Tras superar Sierra Nevada, desde donde en días despejados se vislumbra el mar sin problema, e incluso las montañas que hay más allá, todo parecía cuesta abajo. Deben de ser manías de la mente: si vienes de un sitio muy alto y vas a uno muy bajo (el más bajo, a nivel del mar), pues te crees que todo será descenso, velocidad sin esfuerzo y trazar curvas durante horas, sin dar una sola pedalada más… Y la verdad es que así fue durante casi toda una tarde, en que bajamos nada menos que 3.300 metros de desnivel (suerte de frenos!).


GPS, mapas, vecinos... todo sirve para orientarse
A la mañana siguiente, frente a una de las muchas disyuntivas que plantean los cruces de caminos, decidimos ceñirnos al plan original de llegar a la costa malagueña por las sierras de Alhama y Tejeda. Sabíamos que implicaba un último esfuerzo extra y que por la costa sería más fácil, pero nos apetecía redondear nuestra particular travesía peninsular manteniendo el mismo espíritu “off-mainroad” hasta el final. Por eso habíamos trazado un track en el GPS por un camino que cruzaba las sierras de Tejeda y Alhama siguiendo el curso del río Alhama.

Llegar hasta Albuñuelas ya nos costó más de lo previsto, pues topamos con unos muros de ciencia ficción ya en tramos de asfalto. Luego vino un tramo de pista también muy exigente para enlazar con Jayena y poco más allá llegamos a Játar, de donde partía nuestro track en dirección a las montañas. El itinerario comenzó complicado, pero el rumbo estaba claro, así que apagamos el GPS para ahorrar batería. El camino empeoraba por momentos, pero no había duda de que se dirigía hacia un hipotético paso entre dos moles rocosas inmensas que en aquel momento se mantenía escondido tras una loma. Tras varias subidas y bajadas, cada cual más pedregosa, el camino empezó a bajar hacia el lecho del río. La entrada era hermosa. El sol se acababa de esconder al tiempo que unas nubes bajas se posaban sobre el valle. El desfiladero se entreveía cada vez más cerca, más real. Y el camino iba directo hacia el surco que el río ha labrado formando verticales paredes de cientos de metros de altura.

Final del camino y vuelta atrás
Increíble… Sin saberlo ni imaginarlo habíamos dibujado sobre el mapa un itinerario que se adivinaba espectacular. La emoción se apoderó de nosotros. Hasta las bicis parecían sentir la energía incontenible que te empuja a fluir hacia delante cuando exploras, a avanzar hacia lo desconocido aun a sabiendas de que no siempre hay salida, que siempre hay un punto de no-retorno esperando al otro lado de un vadeo... Si aquel paso era bueno, era el broche de oro para un viaje en el que hemos pedaleado por un montón de caminos solitarios, a menudo habitados por la más dulce incertidumbre, pero en los que siempre hemos encontrado la puerta de salida al otro lado del túnel.

Parte de esa emoción se debía precisamente a que éramos conscientes de que estos túneles no siempre tienen salida. Y algo así ocurrió. El río, posiblemente a causa de las lluvias torrenciales del pasado invierno, se había tragado el camino. Anduvimos cauce arriba, por un hermoso laberinto lleno de cascadas, entre caos de enormes rocas, en busca de algún vestigio de senda. La búsqueda fue en vano. Imposible seguir. Nos conformamos con haberlo intentado, y con el magnífico lugar en el que vivaqueamos aquella noche.