domingo, 12 de septiembre de 2010

De fuente en fuente y pedaleo porque me da la corriente…

Dando de beber a un perro nómada
Siempre que llegamos a un pueblo la primera cosa que hacemos es ir en busca de la fuente. Suele haber una cerca de la iglesia, en la plaza del ayuntamiento (o en la plaza de la Fuente), aunque en algunos municipios también son habituales en los parques, en las esquinas… En este viaje las hemos visto de todos los estilos, tamaños, formas y colores; todas diferentes, así como el agua que dan. A veces las catamos cual expertos sibaritas (“esta es más dura, esta otra más ligera, esta otra sabe a roca, a musgo, a madera, a rayos…”). En otras ocasiones, simplemente nos amorramos al chorro como camellos posesos. Bebemos, nos refrescamos, nos empapamos por fuera y por dentro, llenamos los bidones…

Fuente en Siles: simple pero efectiva
Las fuentes han sido tradicionalmente un lugar de encuentro, antes obligado, y ahora que las casas disponen de agua corriente, más voluntario. A veces encontramos gente que acude a beber y cruzamos unas palabras con ellos. Suelen ser los gentiles locales que SIEMPRE consideran que cualquier desplazamiento por los alrededores de su pueblo jamás tiene pérdida y que SIEMPRE presumen de que en su pueblo tienen “un agua muy rica y muy fresca”. Evidentemente, jamás les contradecimos. Ahí descansamos por unos instantes, o por unas horas, sobre todo si son las 2 de la tarde y hay 47 grados al sol. Parar cerca de una fuente significa media vida en esas horas predestinadas a la siesta. La otra media se encuentra a ambos lados de la ruta, donde a menudo afloran caños milagrosos, inmejorables excusas para hacer infinitos altos en el camino.


¿Brujería en una de las fuentes de Riópar?