miércoles, 8 de septiembre de 2010

Más allá de las nubes

A la altura del Centro de Alto Rendimiento
de Sierra Nevada, con el Veleta al fondo
Tras 3 semanas de viaje en bicicleta y más de 1.000 kilómetros pedaleando desde que salimos de Tortosa, el Veleta y el Mulhacén ya son nuestros (bueno, y de unos cuantos más)!!!
El día 1 de septiembre iniciábamos el ascenso a Sierra Nevada con nuestras bicis. Tras tantos días de calor, la equipación de montaña ya tenía ganas de salir de las alforjas, ver la luz y “estrenarse” bajo otro tipo de inclemencias del agitado clima.

En la cumbre del Veleta
Dividimos la ascensión al Veleta en dos etapas, ya que el desnivel a ganar era considerable (2.700 metros). El primer día pedaleamos desde Güéjar-Sierra hasta el albergue universitario, a 2.550 metros de altitud, y desde allí hasta el refugio Caldera, pasando por la cumbre del Veleta el segundo día. De esta manera, el 2 de septiembre coronábamos el Veleta con nuestras bicis y al día siguiente hacíamos cumbre en el Mulhacén (a pie, con nuestras botas de montaña, mientras las bicis nos esperaban en el refugio vivac de La Caldera).
La ruta que usamos es realmente alucinante: pocas veces y en pocos lugares se puede pedalear por encima de los 3.000 metros de altura, combinando montañismo y ciclismo… Ganas altura poco a poco, desde Granada, por Pinos-Genil, Güéjar-Sierra, el viejo camino de la estación de Maitena, enrevesado, cubierto de sombras, regado por mil fuentes de agua helada que surge de la sierra… Sufres, te retuerces, sudas, pero disfrutas de cada metro de ascensión, sin coches, sin ruidos… Luego enlazas con la vieja carretera del Veleta, pasando por el collado de las Sabinas, el albergue universitario, el control de vehículos… Y cada minuto que pasa ves más abajo las nubes, la llanura de Granada, la carretera que queda atrás con sus mil curvas… Y el cielo de azul puro te envuelve en una bóveda perfecta hasta que cambia el tiempo, las nubes se adueñan de la atmósfera y el paisaje desaparece por completo… Así son las jornadas en la alta montaña, impredecibles. Eso hemos aprendido después de pecar de poco abrigo en el equipaje en otras ocasiones… Esta vez el frío no nos pilla desprevenidos…

Empujando la bici sobre un nevero
que resiste a principios de septiembre
Pese al frío, nos quedamos un rato sentados en la cumbre del Veleta, tomada por las nubes, que corrían, volaban más bien, a toda velocidad por la ladera norte y saltaban hacia el sur, donde tampoco se veía nada. Los últimos metros fueron los más duros. El asfalto había quedado abajo, en el cruce de la pista a Capileira. En lo más alto nos encontramos con otros montañeros y algunos turistas que han subido con el microbús del parque nacional, que les deja a algo más de un kilómetro. Algunos llegan en bermudas, con sandalias, en camiseta de tirantes…

En la pista entre el Veleta y el Mulhacén, bajo la niebla
Tras disfrutar de la intermitente panorámica, bajamos hacia el cruce de la pista a Capileira, uno de los tramos más espectaculares del viaje hasta el momento. Hielo, neveros, agua, rocas de todas las formas, tamaños y colores… La emoción nos mantuvo extasiados hasta las lagunas de La Caldera e incluso más allá. En el refugio vivac, a los pies del Mulhacén, pasamos la noche en compañía de otros montañeros. A la mañana siguiente el día amaneció sereno y aprovechamos las primeras horas de la mañana para subir sin prisa hasta el techo de la península. Desde la cima sí se veían el Veleta y las Siete Lagunas, y toda la ruta que habíamos hecho el día anterior. Lo que no vimos fue el mar, ni la silueta del Rif, que se alza más allá del estrecho. Lo cubría todo un magnífico mar de nubes que amenazaba con empezar a subir hacia las alturas, así que pronto iniciamos el descenso, primero hacia el refugio, donde recuperamos las bicicletas, y luego hacia Capileira, oculta tras las nubes.
El descenso implicó literalmente bajar de las nubes. Al terminar el día, el altímetro indicaba un desnivel positivo acumulado de 825 metros y 3.300 metros de descenso.

En la cima del Mulhacén